Febrero 2010
Una pequeñísima mujer enfrentada a la incertidumbre, la descontensión y la sensación de estar a merced de una naturaleza exuberante y brutal. Una habitante de la ciudad, en cuya utopía ésta la protege.
Una naturaleza brutal por lo exagerada, brutal por lo naturalmente hermosa, brutal por la potencia de sus sonidos y colores, brutal por lo incansable e inesperada.
Noches de insomnio, acompañada por el sonido de una caída de agua que, por momentos, parecía que nos caía encima; acompañada por el rugido de un río enorme, que me hacía imaginarnos en una especie de arca de Noé pero arrastrada por el caudal sin rumbo.
Noches de insomnio en que las gotas de lluvia parecían una novena sinfonía amplificada al máximo, junto a un frío profundo e inmovilizador.
Y todo esto, entrelazado indisolublemente con el verdor más extenso, más variado y más brillante (¡los troncos también son verdes!), con las hojas de nalca más grandes imaginables, con los campos de lupinos más inesperados, con las montañas más cercanas y los lagos más turquesa, con los hielos más celestes, con el suelo más mullido, compuesto de capas y capas de hojas ahí caídas…. con la belleza más inquietante, más innombrable.
Tejido además, de la soledad de los caseríos y las chozas en la mitad de la nada – o de todo -, con la tristeza de los miles de troncos quemados, grises y abandonados de nuestra patagonia, con las lágrimas de un cielo que no para de llorar y cuyas lágrimas, a ratos, se transforman en cristales, en pequeños copos que blanquean las hojas.
Por muchos días, las sensaciones estaban atrapadas sin posibilidad de expresión, por muchos días me preguntaba ¿para qué me servirá esta experiencia, además de sentirme indefensa y pequeña (lo que ya es mucho, en realidad)?
Poco a poco, las palabra me van permitiendo digerir y nombrar.
Primero, será solo describir la brutal naturaleza, como los personajes de Kawabata.
En la novela Kioto, Takichiro dice: » – Gracias. En nuestros días, la gente usaría rápidamente una palabra inglesa como «idea» o «sensación». Hasta para referirse a los colores se emplean hoy los términos occidentales que están de moda.»
Y de la misma novela:
«la lluvia empezó a encharcarse sobre las hojas de los cedros, cayendo en grandes gotas. Retumbó el trueno con violencia.
– Tengo miedo – Chieko empalideció. Naeko le tomó la mano.
Los truenos se hicieron cada vez más intenso hasta que ya no hubo intervalo entre los relámpagos y el ruido atronador. El ruido parecía desgarrar las montañas.
Las ramas de los árboles de la montaña bullían bajo la lluvia. Con cada relámpago, la tierra se iluminaba y los árboles que rodeaban a las jóvenes centelleaban. En ese momento, los bellos troncos rectos del bosquecillo parecían extraños y ominosos. Y luego estallaba el trueno.»
Carretera Austral, febrero 2010.
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