Estando en la hermosa zona andina del Perú, entre Cusco y Machupicchu, me enteré de la siguiente tradición:
Cuando un hombre y una mujer andina, del campo, se enamoran, esta relación debe ser aprobada por la familia… del novio.
Para esto, se reunen los padres del novio y su hijo, con los padres de la novia y su hija. Esta última será sometida a una especial prueba por sus suegros, para saber si es adecuada para ser la mujer de su retoño. A estas alturas de la historia, me imaginé una serie de pruebas posibles, pero jamás estuve cerca de la verdadera.
La suegra ha buscado muchas papas, las más pequeñas y llenas de «ojitos», en la reunión se las ofrece a la novia quien debe pelarlas prolijamente mostrando su habilidad para tamaña hazaña.
Dejando de lado consideraciones feministas y aclarando que yo estaría soltera y sin posibilidad de noviazgo, esta costumbre me hizo navegar por los recuerdos y llegué a la imagen de mi abuela paterna, Ana, una española silenciosa y hermosa, que en sus últimos años había perdido casi toda la vista. Muchas veces ví a mi abuela sentada casi a oscuras, con un canasto de papas a sus pies y un pequeño cuchillo con el que minuciosamente iba pelando las papas, sin verlas, retirando la cáscara delgada y las manchas de estos «ojitos». Mi abuela, que provenía de una familia de campesinos en Andalucía, se veía tranquila en este quehacer al que dedicaba un buen tiempo.
Volviendo al altiplano, estas mujeres quechuas, campesinas, que andan con sus bebes en la espalda año tras año, que acompañan en el trabajo de la tierra al marido, que tejen en sus telares, que a los 4o años parecen ancianas. Estas mujeres deben ser muy fuertes y deben tener una sabiduría que es mayor a la dada por los libros. Estas mujeres deben estar conectadas con la tierra, con el clima, con los procesos estacionales. Estas mujeres dan a luz en sus casas, alimentan con poco a sus muchos hijos y saben, como pocos, sobrevivir y adaptarse a lugares que, a mis ojos, son inhóspitos, áridos y solitarios.
Estas mujeres deben ser muy fuertes, internamente muy fuertes, con esa fortaleza que da la conexión con la tierra, con el vivir el momento, agradeciendo y aprovechando lo que hay. Estas mujeres van al ritmo del amanecer y el anochecer, de las lluvias y las sequías, del sol y de la luna.
Y es todo esto, pensé, lo que cada una de estas descendientes de los incas, expresa al pelar las pequeñas papas: la calma, la conexión, la simplicidad.
Me las imaginé en un estado meditativo en que la mano, la papa, el cuchillo danzaran melodiosamente sin más importancia que el momento mismo.
Por Rosanna Nitsche Meli. Agosto 2009
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